The last Tango in Paris-Blu ray
Qué frase más poderosa puede haber que "me cago en Dios".
París, la aldea del arte eterno, la urbe jamás cambiará aunque pasen los años, ahí impregnadas están las pinturas y la inspiración de los escritores. Los amantes y el romance en el viento que se desliza desde el pináculo de la torre Eiffel.
Marlon Brando, leyenda del cine a quien todavía no puedo descifrar, por qué su empecinamiento en la autodestrucción, su tormentosa vida, su habilidad para interpretar personajes, manejar las emociones, ser arriesgado e inmiscuirse en las pasiones del ser humano. Haber engordado en la vida real, dejarse absorber por el abismo; Dios le dio todo y el refutó.
Bernardo Bertolucci es el director del último tango en parís, el último baile dramático, paso a paso, tacones rosas y zapatos negros, uno a uno; dibujando sobre el suelo erotismo y haciendo sonidos en el eco del corazón. Comienza el filme con dos cuadros, románticos, eróticos, inestables, apasionados y llenos de locura. Él y ella, se dejan amar, sexo salvaje, sexo irracional, sexo apasionado, sexo libre, sexo, sexo, sexo. Sus piernas y sus senos. Él le dobla edad y en cada cuadro se dibujan pinturas, fotografías acorde a la atmósfera de París. Su terrible soledad, la necesidad de la chica de 20 años por ser amada y el vacío de un hombre al que el desamor le dejó fuera de la esperanza, del regocijo, sufre porque su mujer se ha suicidado y no soporta el ruido de la ciudad más romántica del mundo. No soporta caminar por las bellas calles de parís; ha estado solo más tiempo del que pudo haber imaginado y reprocha a su mujer, su esposa, su herida que se ha quitado la vida sin razón alguna, y él se culpa. No puede perdonarse, no entiende y maldice a Dios. No quiere estar cerca de Dios. Mejor olvidar haciendo el coito, jugando como niño recorriendo el cuerpo de una bella joven, incluso bañándola, pasando su trapo por sus senos, piernas, nalgas y cintura. Con su cabellera roja. Bien parecido Brando, compartiendo su actuación con María Schneider. Los dos magníficos.
Un daño de la madre al hijo, la sume en la oscuridad. No quiere intercambiar nombres con su amante y al final se arrepiente, sabe que la ama y puede comenzar una nueva vida; es demasiado tarde. Jeanne no quiere seguir cayendo en una espiral de furia y sufrimiento de las pasiones sexuales. Ya no tiene compasión por este hombre que al final demuestra un rostro de dolor, ávido de afecto, necesitado de su amor. Volvamos a comenzar, presentémonos, hablemos de nosotros. Ella ya no quiere.
Al final la muerte, al final la mirada perdida en el último recurso de la esperanza por amar, ser amado.
Al final, un hombre que cae resignado al olvido y la tristeza que le aquejó sus últimos momentos donde tuvo vida,
y pudo bailar un último tango.
exhs
París, la aldea del arte eterno, la urbe jamás cambiará aunque pasen los años, ahí impregnadas están las pinturas y la inspiración de los escritores. Los amantes y el romance en el viento que se desliza desde el pináculo de la torre Eiffel.
Marlon Brando, leyenda del cine a quien todavía no puedo descifrar, por qué su empecinamiento en la autodestrucción, su tormentosa vida, su habilidad para interpretar personajes, manejar las emociones, ser arriesgado e inmiscuirse en las pasiones del ser humano. Haber engordado en la vida real, dejarse absorber por el abismo; Dios le dio todo y el refutó.
Bernardo Bertolucci es el director del último tango en parís, el último baile dramático, paso a paso, tacones rosas y zapatos negros, uno a uno; dibujando sobre el suelo erotismo y haciendo sonidos en el eco del corazón. Comienza el filme con dos cuadros, románticos, eróticos, inestables, apasionados y llenos de locura. Él y ella, se dejan amar, sexo salvaje, sexo irracional, sexo apasionado, sexo libre, sexo, sexo, sexo. Sus piernas y sus senos. Él le dobla edad y en cada cuadro se dibujan pinturas, fotografías acorde a la atmósfera de París. Su terrible soledad, la necesidad de la chica de 20 años por ser amada y el vacío de un hombre al que el desamor le dejó fuera de la esperanza, del regocijo, sufre porque su mujer se ha suicidado y no soporta el ruido de la ciudad más romántica del mundo. No soporta caminar por las bellas calles de parís; ha estado solo más tiempo del que pudo haber imaginado y reprocha a su mujer, su esposa, su herida que se ha quitado la vida sin razón alguna, y él se culpa. No puede perdonarse, no entiende y maldice a Dios. No quiere estar cerca de Dios. Mejor olvidar haciendo el coito, jugando como niño recorriendo el cuerpo de una bella joven, incluso bañándola, pasando su trapo por sus senos, piernas, nalgas y cintura. Con su cabellera roja. Bien parecido Brando, compartiendo su actuación con María Schneider. Los dos magníficos.
Un daño de la madre al hijo, la sume en la oscuridad. No quiere intercambiar nombres con su amante y al final se arrepiente, sabe que la ama y puede comenzar una nueva vida; es demasiado tarde. Jeanne no quiere seguir cayendo en una espiral de furia y sufrimiento de las pasiones sexuales. Ya no tiene compasión por este hombre que al final demuestra un rostro de dolor, ávido de afecto, necesitado de su amor. Volvamos a comenzar, presentémonos, hablemos de nosotros. Ella ya no quiere.
Al final la muerte, al final la mirada perdida en el último recurso de la esperanza por amar, ser amado.
Al final, un hombre que cae resignado al olvido y la tristeza que le aquejó sus últimos momentos donde tuvo vida,
y pudo bailar un último tango.
exhs
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