SUEÑO
16 de Agosto 2018
Penas, desesperanza, dolor alrededor de la luz.
Mi madre y yo estábamos contemplando el mar, y yo tomaba una cerveza, y ella igual. Contemplábamos el mar.
Era un lujoso hotel, un agradable lugar, al aire libre, mientras comensales y turistas disfrutaban del lugar y la vista. Es el atractivo mar. Pero de pronto, el mar creció y creció al punto de volverse una amenaza que se iba a arrojar sobre todo; y mi madre, como siempre, preocupada por su bolsa, me dijo «tómala», resguárdala, mientras veíamos cómo el mar iba tomando todo hasta llegar a nosotros.
No supe dónde quedó mamá.
Yo luché por mi vida.
Antes de perder de vista a mamá, vimos ballenas gigantes, tiburones, toda clase de especies.
Yo nadé todo lo que pude, hasta resguardarme.
Una niña, parecida a alguna prima, vestida de negro, muy sucia, llena de lodo, estaba ida, mirando el horizonte y no mirando nada. Estaba resguardada muy arriba, en alguna especie de aparador en el muro de alguna montaña, y cada ser humano parecía un adorno más en ese muro que coleccionaba figuras de seres humanos.
Antes de llegar a la niña, yo quedé abajo cuando se replegó el mar en absoluto, y quedaron ballenas, tiburones, cocodrilos y serpientes marinas arrojados en seco. Yo estaba debajo de todo. Para subir tenía que pasar por encima de un montón de ballenas, o de un montón de serpientes oscuras marinas, o de un montón de cocodrilos. Iba a morir. Me morderían. Lo intenté. Pero al final opté por otro camino. Escalé a la montaña donde estaba la niña, y ella tomó mi mano y pude subir, y escalé algunas repisas más y quedé hasta arriba, resguardado, mirando el horizonte. Miraba la agonía de las bestias, apiladas según su género, una a una, por partes; el montón de cocodrilos; el montón de serpientes marinas oscuras; el montón de ballenas, el montón de tiburones y más, rocas y piedras, muertes marinas, y más muertes, agonizantes, en donde había mar y ahora había roca, y muerte de vida marina.
Desperté.
Erick Xavier Huerta
Penas, desesperanza, dolor alrededor de la luz.
Mi madre y yo estábamos contemplando el mar, y yo tomaba una cerveza, y ella igual. Contemplábamos el mar.
Era un lujoso hotel, un agradable lugar, al aire libre, mientras comensales y turistas disfrutaban del lugar y la vista. Es el atractivo mar. Pero de pronto, el mar creció y creció al punto de volverse una amenaza que se iba a arrojar sobre todo; y mi madre, como siempre, preocupada por su bolsa, me dijo «tómala», resguárdala, mientras veíamos cómo el mar iba tomando todo hasta llegar a nosotros.
No supe dónde quedó mamá.
Yo luché por mi vida.
Antes de perder de vista a mamá, vimos ballenas gigantes, tiburones, toda clase de especies.
Yo nadé todo lo que pude, hasta resguardarme.
Una niña, parecida a alguna prima, vestida de negro, muy sucia, llena de lodo, estaba ida, mirando el horizonte y no mirando nada. Estaba resguardada muy arriba, en alguna especie de aparador en el muro de alguna montaña, y cada ser humano parecía un adorno más en ese muro que coleccionaba figuras de seres humanos.
Antes de llegar a la niña, yo quedé abajo cuando se replegó el mar en absoluto, y quedaron ballenas, tiburones, cocodrilos y serpientes marinas arrojados en seco. Yo estaba debajo de todo. Para subir tenía que pasar por encima de un montón de ballenas, o de un montón de serpientes oscuras marinas, o de un montón de cocodrilos. Iba a morir. Me morderían. Lo intenté. Pero al final opté por otro camino. Escalé a la montaña donde estaba la niña, y ella tomó mi mano y pude subir, y escalé algunas repisas más y quedé hasta arriba, resguardado, mirando el horizonte. Miraba la agonía de las bestias, apiladas según su género, una a una, por partes; el montón de cocodrilos; el montón de serpientes marinas oscuras; el montón de ballenas, el montón de tiburones y más, rocas y piedras, muertes marinas, y más muertes, agonizantes, en donde había mar y ahora había roca, y muerte de vida marina.
Desperté.
Erick Xavier Huerta
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