La Tumba de las Luciérnagas
De Isao Takahata, llega en 1988 una película de Studio Ghibli, "la tumba de las luciérnagas". Una joya del cine en animación. Una entrega a la humanidad. Esta película cuenta la historia de dos hermanos que buscan sobrevivir durante la segunda guerra mundial en Japón.
Es un arte, una artesanía, en sus colores, en su puesta en escena, en sus paisajes, en su argumento, en su historia, tan triste, que es muy difícil recuperarse en la vida después de haberla apreciado.
La película comienza cuando Seita, joven, muere.
A partir de ahí, su espíritu se reúne con una pequeña niña de nombre Setsuko. A partir de ahí, el espíritu de Seita visita sus recuerdos cuando tenía vida. Y ahí vamos recorriendo los umbrales de esos recuerdos que van armando la historia de estos dos hermanos que buscaron sobrevivir.
Seita comienza enterrando provisiones y comida para que no sean aniquiladas por las bombas que caen del cielo; y mientras hace eso, su madre se adelanta al refugio, donde no podrá llegar, porque será alcanzada por una bomba que terminará con su vida. Así Seita, carga a su hermana, cuidándola en todo momento. Quedando desamparados en la vida, buscan a una tía que les dé refugio; pero su tía se irá perdiendo en el miedo, ante la necesidad de sobrevivir y carecer de alimentos, la tía prefiere hacer sobrevivir a sus hijos y a su esposo antes que a sus sobrinos. La tía se vuelve perversa y frívola, orillando a sus sobrinos a que se larguen de su casa. Seita y su pequeña hermana Setsuko armarán un pequeño paraíso junto a un lago que les brinde esperanza de vivir, viviendo en una fosa de resistencia de la guerra, adaptada ahora a su nuevo hogar. Ahí iremos viendo cómo se perdieron sus vidas, bajo los estragos de la guerra, ante la indiferencia de la naturaleza y noble naturaleza. La tumba de las luciérnagas nos rompe el alma cuando aceptamos y vemos que mueren rápido las luciérnagas, que viven poco, pero que sirven para brillar.
Es efímero su brillo, pero aún en la oscuridad, hay seres que brillan.
Nunca podremos olvidar la tumba de las luciérnagas.
Erick Xavier Huerta
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