La inesperada virtud de la ignorancia o sea, Birdman

La fatal arrogancia; la inesperada virtud de la ignorancia. ¿Quién iba a pensar que el nuevo producto de González Iñarritu sería una obra maestra?

Inducido al mundo gringo, en la cuna del arte y del dinero, «wall street», Iñarritu pinta de colores el retrato más perfecto de occidente, con sus nuevos dioses, enclaustrados en su ego, queriendo huir siempre del olvido y la muerte.

Dirige Alejandro González Iñarritu. 
Escribe Alejandro González Iñarritu con Nicolás Giacobone, compañero en «biutiful». Y co-escriben junto a Alexander Dinelaris y Armando Bo, la historia maestra del mundo del espectáculo, de la guerra interna del espectro humano que busca trascender.

Mientras veía la película me emocionaba cada vez más. Jamás imaginé que encontraría un producto tan avanzado como el que tuve oportunidad de presenciar. Con fina tesitura en el manejo del audio, y selección atinada y soberbia en cada pieza musical que acompañó la narración de la historia de Iñarritu. Un cuento sobre un hombre, en líneas ficticias parecidas a la realidad; un hombre que fue estrella de cine, cautivador por sus papeles mercadológicos de super héroes en la magia del cine. Pero el tiempo es cruel, y te olvidan rápido, como pasó al mismo Michael Keaton con Batman. 
Ya no puede ser Christian Bale ni Robert Downey Jr. 
Y pareciera que Keaton se parodia asimismo, pero brinda una soberbia actuación. Hoy por hoy, Iñarritu es el mejor director de actores del nuevo siglo. Cualquiera que quiera ser grande quisiera trabajar con él. Y sí, criticamos con palabras porque no pudimos ser artistas. Todos vivimos con nuestros demonios internos y giramos en torno al arte, como espectadores ó creadores, deambulamos en ello y también somos mezquinos en su consumo, tanto que buscamos destruir eso que es reflejo del alma. 

Sólo Iñarritu puede quitar los clichés, las muletillas actorales que todo hollywood representa. Ahora Keaton es visto como nunca antes; con matices diferentes, con otro rostro, otra geografía, otro nuevo poder de la representación, en una mezcla de Iñarritu en combinar puesta teatral en una adaptación genial al cine. Porque sólo él pudo haber concebido usar un plano secuencia con elipsis de tiempo muy bien definidas que cuentan toda la gama de aventuras que es poner una puesta teatral en broadway, en la cuna de la moda y el consumo, Nueva York.  Porque eso es lo que quiere occidente. 

Es el óscar, para todos. Como mejor actor Michael Keaton, y mejor actor de reparto-el soberbio de Edward Norton, porque nunca antes le había visto semejante papel, con enorme poder y difícil de superar. Es histórico. Norton puede masticar los memorables parlamentos del guión con una impresionante gama de egos. 

Porque es una historia de actores, que viven para ser amados, que imploran el deseo de admiración, de ser nuevos dioses, porque así los han prostituido el sistema. Porque son los perfectos arquetipos para domesticar a las masas. Ellos encarnan eso, y después son olvidados, porque todo mundo es reemplazable y nadie puede con eso. 
¿Quién soy yo al lado de Brad Pitt?

Todos quieren a Pitt, porque sale en revistas, en pantalla, en historias. 
El actor es un cobarde que vive otras historias, menos la suya, porque no puede enfrentarse a ser un protagonista. Es el acto más grande de cobardía, porque roba pensamientos que no son suyos, y vivencias que no las generó. ¿A dónde van a parar esos caminos que sólo buscan historias qué robar para lograr consumo? Necesitan de los demás para endiosarse. 

Iñarritu los destruye con mucha sutileza. Toca sus cuerpos y sus desenfrenadas vidas en el caos de la ciudad. Tratando de levantar obras maestras, con escritos que nos identifican como seres humanos, en palabras que tal vez no tienen mucha razón pero le hacen sentido a todo nuestro cuerpo, por sensaciones del alma, que aguardan escritos internos de todo lo que observamos día con día. Nos hace sentido. Y para eso, debemos meditar, sino, nos volvemos locos. 

Deambulamos, sobretodo los artistas, fuera de la tierra, creyendo que somos superiores, como si fuésemos de otra raza, porque podemos crear. Por eso tenemos pensamientos que nos llevan a creer que somos extraordinarios, como las películas que nos cuentan historias fantásticas. Y ha sido tanto el consumo que el disfraz ha terminado por destruir nuestra piel. Ya no somos nadie. Queremos ser batman y superman, ironman y el mismo Jesús. Nuestra vida se ha convertido en una ficción, y el realismo mágico se ha vuelto nuestro pensamiento. El super realismo de Iñarritu le vale el óscar en sus parlamentos; en la belleza de su dirección, la genialidad de sus elipsis, el ritmo desmesurado que nos atrapa en la condición humana, sus bellos chistes irónicos, el amor que ronda a todos los hombres y las mujeres, el dolor que les conecta, el alma, el alma, el alma que se representa en cada exhalación del humo que fuman los adictos al cigarro.

Y como nunca antes, ves actuaciones poderosas. Emma Stone, Zach Galifianakis descontrolado por el gran Iñarritu que siempre puede quitar los personajes que los esclavizan de por vida. Naomi Watts, otra vez para mejor actriz. Andrea Riseborough y todos.

La virtud es ignorancia, por desconocer lo que nos conforma. Al final de todo sigue siendo la base de la búsqueda del amor, como cuando Keaton habla de lo que queremos hablar sobre el amor. Una puesta teatral que es terriblemente emotiva para nuestros corazones y la búsqueda que tienen estos en cada nivel de evolución para poder trascender entre nuestra hermandad.  Tanto que provocamos locuras.
Y se cuenta que la maravillosa fotografía del Chivo Lubezki vale nuevamente más premios. Y una historia que rebela el poder de la mente, sus lados oscuros y bellos; la forma en que la gente se abandona en el vicio para desaparecer, o para llamar aún más la atención. Iñarritu es filósofo, y un auténtico devastador del sistema. Se burla desde el título del consumo de nuestras vidas. Porque queremos ver la misma porquería a la que hemos sido pre-programados. La misma sutil historia de algo que jamás podremos ser, y los vicios, los antiguos mundos mezquinos que nos sacuden las pasiones bajas de no querer pensar, de sólo sentir placer y más. 

Es más fácil vivir en la piel de otro personaje que en la que nos encomendó la naturaleza. Somos ficción por eso, y por eso queremos ser lo que vuela y no camina; queremos ser otra especie e incluso presumir ser de otro planeta para ser más adorados e implorar más amor. 

Es este el recorrido que nos muestra magistralmente Iñarritu. Que debemos aprender a vivir con el sistema y continuar con nuestras pasiones y nuestros objetivos. Porque es una guerra interna, un conflicto permanente con las estructuras y nuestra trascendencia. En un mundo mezclado por visiones al histrionismo de Woody Allen y Martin Scorsese, en el dibujo de los paisajes, su narrativa y el ritmo de los parlamentos. Recuerden Manhattan y Buenos Muchachos, ó Casino y Annie Hall.

Todos imaginamos todo el tiempo y aún así debemos enfrentarnos con la realidad, y parece ser que esa es la mejor manera de hacerlo en este contexto de consumo y destrucción de la personalidad. 

Esa es la mejor manera de vivir.
Levitar en nuestros pensamientos.

Nunca olvidarán esta poderosa película que acaba con el monstruoso sistema de adoración de dioses. Adoraciones que oscilan en conocer vidas privadas, ser melancólicos y nostálgicos sin poder soltar el pasado, ya que nadie nunca podrá ser conocido por el mundo entero, a pesar de las nuevas tecnologías. Nunca serás famoso. Serás la batalla interna de todos los días por lidiar con tu ego, con tu alter ego, el personaje que creas, al que aspiras ser, la feroz imitación y copia que te ha impuesto el sistema.

Y será una guerra entre interestelar de Nolan y Birdman, siendo Iñarritu el que recoja con todo su equipo, la gran gala de los óscares que todos quieren; de la elegancia que adora siempre imponer la gran academia de las artes del séptimo arte del país que ostenta las grandes virtudes.



Erick Xavier Huerta Sánchez

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