MADRE


Dirigida y escrita por Darren Aronofsky. Protagonizada por Jennifer Lawrence y Javier Bardem. Aronofsky es un hombre espiritual, un autor, un visionario que gusta de interpretar, a su manera, a través del arte, del cinel, la biblia. Basta recordar su última entrega de la visión sobre el arca de Noé, o la propia experiencia que representó ver «La fuente de la vida».
La religión, para Aronofsky, como para muchos otros cineastas, explican la esencia de la humanidad.

Aquí, no es la excepción.
Madre, es la representación doméstica del cosmos, del universo. El espíritu nos conecta con dios, el alma con la tierra. La creación es alma y espíritu, uno solo, en la carne, en el cuerpo. Somos la creación, purificación que invade a este planeta, a otro organismo vivo. Uno sobre otro. Vida sobre vida y multiplican la existencia. El sexo, que sirve para reproducir la especie y para placer individual. Pero el pecado, ¿cómo lo defines? Adán y Eva son los primeros invasores en la casa de dios. La tierra.

Jennifer Lawrence es la madre y Javier Bardem es él. Ed Harris es el hombre y Michelle Pfeiffer es la mujer. Adán y Eva, el pecado. La enfermedad que se representa a través del hombre y la mujer, los primeros en invadir la relación de dios y su creación. Dios y la creación. Dios que es divertido, que no puede dejar de ser anfitrión ante su majestuosidad, que perdona todo, y que no puede dejar de ayudar, de ser espíritu santo, gloria y benevolencia para la humanidad. Para el primer hombre que trae la enfermedad y para la mujer que trae el pecado. La representación iconográfica del cosmos, de la historia de la palabra de dios, ante un escenario doméstico, en una relación de pareja; porque arriba es abajo, porque lo micro es macro, porque todo está interrelacionado. Y bajo la invasión de dos seres, en tierra, comienza la humanidad, el problema, la multiplicación de la enfermedad y del pecado, de lo insano, del cinismo, de la poca verguenza, del placer por el palcer sin medida alguna ni consideración mínima de respetar el organismo vivo ajeno, por la prepotencia, por la soberbia de ser acogidos por un dios que todo lo perdona, que todo lo ama, que todo lo que quiere, que todo le divierte.

Es dios, monstruoso, por ser tan glorificado, por ser tanto. Tanta creatividad y tanto amor, mata. Destruye, inhibe, lástima, a los que le aman. Pero su palabra, del poeta, es interpretada, de diferentes formas por los humanos, y así, le buscan, le instigan, porque no saben qué hacer, porque no tienen a dónde ir, dónde vivir. Y empieza la reproducción, la pelea infinita, por la egolatría, por la falta de afecto, por la lucha de afecto, de amor, de los padres, entre la batalla eterna de hermano contra hermano, nación contra nación, de la humanidad contra ella misma.

Los hombres y las mujeres, siguen viniendo a la casa de dios, a la tierra. Invaden su hogar sin respeto alguno, sin temor, sin dignidad. Fornican, incluso en su cama. Gritan, invaden el silencio, y matan en su casa. Y su esposa, el alma, la tierra, aguanta, percibe, soporta, la calamidad de los invasores, de esta especie que tanto quiere y ama dios porque es parte de su creación, pero que los acoge en su hogar, en la madre, en su compañera de creación, y ya no le importa lo que pueda pasar, porque él, perdona. Puede perdonar todo, y ama tanto al mundo, que les entrega a su único hijo, confiando, sin temor alguno a que le puedan lastimar o matar. Pero así pasa, y no siente indignación, porque él es, él crea, él se significa y no tiene límite alguno. Ama la compasión, la misericordia, y ama que lo amen, porque es amor, porque no puede evitar sentir la voz de la humanidad, ser la música que inspira, el motor de todo lo que se desarrolla porque es la creación pura, el origen de todo, de toda inspiración.

Así, que no importa si pisas su hogar, si manchas su casa, si gritas a hora del descanso, o si derramas sangre por violencia. No importa la violencia ni si estás consciente que te encuentras en casa ajena. No importa si no respetas, porque él aguanta, pero el otro organismo, el de amor y misericordia, que es la tierra, no lo soportará mucho.

Vendrá algún tiempo, entonces, donde la casa no aguante, y explote, se derrumbe, por tanta maldad, y por tanto daño deliberado e inconsciente, bajo el motor de la rabia y la ira porque todos quieren vivir hacinados, por tan sólo poder ver a dios.

Y hay más corazones, que el de hombres y mujeres. Pero ignoran, osan transgredir el hogar de dios; e incluso él mismo, ha tenido que cerrar las puertas de su cuarto, porque entran muchos sin permiso a lastimar sus obras bajo argumentos de accidentes, y dios, lo soporta, pero comienza a aislarse.

La sangre de la violencia, permea en erosionar la tierra, y lástima el corazón central de esta creación, de tierra, luces, cielos, nubes, aire, vientos, especies y más. Porque el hombre se siente abandonado, porque no tiene rumbo, y porque incluso es invasor en la casa de dios, y sin mérito y sin sensibilidad, lástima y mata al único hijo que nació entre la fusión de espíritu santo y alma; y gustan comerlo, saborearlo, en su sangre, en su carne, porque no se pueden saciar, e imploran el regreso de dios, imploran su benevolencia, y que traiga más y más hasta que se acabe todo, hasta que terminen por destruir el único hogar de dios, y el único que comparte con el hombre y con la mujer, porque viendo no ven y oyendo no escuchan. Tienen oídos, ojos, sentidos y no perciben. No saben, lo que hacen.

El cinismo, la vergüenza, el sarcasmo, la pereza, la violencia, la falta de respeto.

Lo micro es macro, y lo grande se hace pequeño. El mundo y el universo se encuentran en nosotros, y Aronofsky, sabiamente, representa, a través de la casa, cómo el hombre y la mujer, osan representar lo que está ocurriendo ahora mismo, el presente, con un pasado que resuena ahora, justo, con la muerte del espíritu y del alma, de lo que viene, y del futuro. Resuena, justo, en este momento, el sexo por el sexo, la violencia entre hermanos, la ceguera de no poder percibirse así mismo, sin contextualizar propiamente dónde estamos, qué estamos haciendo y para qué sirven nuestras vidas.

Hay más, hay seres multidimensionales, que devienen de nuestros imaginarios, de nuestro imaginario colectivo y del olvido de nuestra esencia, de nuestra relación con el espíritu, con el alma y con nuestro cuerpo.

Una película fuerte, poderosa, incluso que reta a los espectadores por su arte tan sensible, bajo la autoría y visión particular de explicar tanto en un escenario tan común, como puede ser una casa que acoge a un matrimonio, aparentemente común y corriente.

Imperdible.
Porque seguramente, si profundizas bien en tu apreciación, será inevitable salir afectado por el arte de Aronofsky.


Erick Xavier Huerta

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